El síndrome del intestino irritable, es una enfermedad gastrointestinal funcional, es decir, de la que no puede identificarse una causa orgánica por más analíticas, exploraciones o pruebas de imagen que se realicen. Dicho de otro modo, debe darse en ausencia de anomalías estructurales o de una patología detectable.
Su clínica es variada y cambiante y no es raro que coincida en el tiempo con otros trastornos digestivos o no digestivos. La clínica se manifiesta mayoritariamente durante el día dado qué de hacerlo por la noche, haría sospechar de organicidad.
Los pacientes que padecen síndrome de intestino irritable suelen referir dolor abdominal en forma de pinchazos o de tipo opresivo y aunque la localización es variable, se ubica con mayor frecuencia en la parte inferior del abdomen. La defecación o la expulsión de gases pueden mejorar el cuadro, pero en otros casos pueden tener un efecto contrario o incluso constituir un desencadenante del dolor. Este dolor viene típicamente acompañado de alteraciones del ritmo intestinal como estreñimiento, diarrea o ambos de forma alterna predominando con el tiempo una de las dos formas. Existen otros signos y síntomas de origen digestivo y no digestivo que también pueden formar parte del cuadro, destacando estados ansioso-depresivos, mucha mucosidad en las heces (sin otros productos patológicos), distensión abdominal, tenesmo rectal, urgencia defecatoria, cefalea, alteraciones miccionales o alteraciones ginecológicas.
Como paciente se debe prestar especial atención a otros signos o síntomas que podrían reforzar la sospecha de organicidad como son fiebre, sangre en las heces, notar un bulto en el abdomen, diarrea que persiste, diarrea muy líquida, signos de malabsorción, signos de disfunción tiroidea, presentación nocturna de los síntomas, antecedentes familiares de enfermedades intestinales orgánicas, antecedentes de estancia en países en los que hay enfermedades parasitarias endémicas, pérdida de peso, tener más de 50 años, no responder al tratamiento para controlar la clínica y otros parámetros exploratorios o analíticos que deben ser examinados e interpretados por un médico. Es importante acudir al médico y explicar con detalle los signos y síntomas que percibimos para permitir encaminar un diagnóstico certero al que se accederá por exclusión.
Al tratarse de un trastorno funcional, el tratamiento irá dirigido a disminuir la clínica. Es fundamental como paciente tomar conciencia de que el papel que se juega es importante y de que no basta con ser un mero receptor de tratamientos. Debe adaptarse el estilo de vida, evitando bebidas excitantes, alcohol, grasas, desencadenantes de estrés y cualquier exceso en general. Por otro lado, se deberá aumentar la ingesta de fibra. En algunos pacientes se ha visto beneficio en la realización de dietas controladas en hidratos de carbono de difícil absorción que son fermentados por las bacterias intestinales empeorando el cuadro o también en la aplicación de dietas exentas de gluten. En estos casos la colaboración médico-nutricionista resulta muy útil para conseguir una mayor adherencia a la dieta y controlar que la misma siga siendo equilibrada, variada y moderada a pesar de sus restricciones. Los tratamientos farmacológicos se destinan a exacerbaciones puntuales del cuadro o a pacientes con clínicas más graves ya de forma crónica. Existen numerosas posibilidades a nivel farmacológico que deben ser adaptadas por un médico al tipo de cuadro que presente el paciente, desde medicamentos para el estreñimiento o la diarrea, hasta analgesia, antidepresivos, ansiolíticos o antibióticos entre otras posibilidades.
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